viernes, 8 de junio de 2012

4 Resultados de la Transgresión

ENTRE las causas primarias que indujeron a Salomón a practicar el despilfarro y la opresión, se destacaba el hecho de que no conservó ni fomentó el espíritu de abnegación. Cuando, al pie del Sinaí, Moisés habló al pueblo de la orden divina: "Hacerme han un santuario, y yo habitaré entre ellos," la respuesta de los israelitas fue acompañada por dones apropiados. "Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad" (Exo. 25: 8; 35: 21), y trajeron ofrendas. Fueron necesarios grandes y extensos preparativos para la construcción del santuario; se necesitaban grandes cantidades de materiales preciosos, pero el Señor aceptó tan sólo las ofrendas voluntarias. "De todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda" (Exo. 25: 2), fue la orden repetida por Moisés a la congregación. La devoción a Dios y un espíritu de sacrificio eran los primeros requisitos para preparar una morada destinada al Altísimo.
Otra invitación similar, a manifestar abnegación, fue hecha cuando David entregó a Salomón la responsabilidad de construir el templo. David preguntó a la multitud congregada: "¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda a Jehová?" (1 Crón. 29: 5.) Esta invitación a consagrarse y prestar un servicio voluntario debían recordarla siempre los que tenían algo que ver con la erección del templo.
Para la construcción del tabernáculo en el desierto, ciertos hombres escogidos fueron dotados por Dios de una habilidad y sabiduría especiales. "Y dijo Moisés a los hijos de Israel: Mirad, Jehová ha nombrado a Bezaleel, . . . de la tribu de 45 Judá; y lo ha henchido de espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, y en ciencia, y en todo artificio. . . . Y ha puesto en su corazón el que pueda enseñar, así él como Aholiab, . . . de la tribu de Dan: y los ha henchido de sabiduría de corazón, para que hagan toda obra de artificio, y de invención, y de recamado en jacinto, y en púrpura, y en carmesí, y en lino fino, y en telar; para que hagan toda labor, e inventen todo diseño. Hizo, pues, Bezaleel y Aholiab, y todo hombre sabio de corazón, a quien Jehová dio sabiduría e inteligencia." (Exo. 35: 30-35; 36: 1.) Los seres celestiales cooperaron con los obreros a quienes Dios mismo había escogido.
Los descendientes de estos obreros heredaron en gran medida los talentos conferidos a sus antepasados. Durante un tiempo, esos hombres de Judá y de Dan permanecieron humildes y abnegados; pero gradual y casi imperceptiblemente, dejaron de estar relacionados con Dios y perdieron su deseo de servirle desinteresadamente. Basándose en su habilidad superior como artesanos, pedían salarios más elevados por sus servicios. En algunos casos les fueron concedidos, pero con mayor frecuencia hallaban empleo entre las naciones circundantes. En lugar del noble espíritu de abnegación que había llenado el corazón de sus ilustres antecesores, albergaron un espíritu de codicia y fueron cada vez más exigentes. A fin de ver complacidos sus deseos egoístas, dedicaron a servir a los reyes paganos la habilidad que Dios les había dado, y sus talentos a la ejecución de obras que deshonraban a su Hacedor.
Entre esos hombres buscó Salomón al artífice maestro que debía dirigir la construcción del templo sobre el monte Moria. Habían sido confiadas al rey especificaciones minuciosas, por escrito, acerca de toda porción de la estructura sagrada; y él podría haber solicitado con fe a Dios que le diese ayudantes consagrados, a quienes se habría dotado de habilidad especial para hacer con exactitud el trabajo requerido. Pero Salomón no percibió esta oportunidad de ejercer la fe en Dios. Solicitó al rey de Tiro "un hombre hábil, que sepa trabajar en oro, y 46 en plata, y en metal, y en hierro, en púrpura, y en grana, y en cárdeno, y que sepa esculpir con los maestros que están conmigo en Judá y en Jerusalem." (2 Crón. 2: 7.)
El rey fenicio contestó enviando a Hiram, "hijo de una mujer de las hijas de Dan, mas su padre fue de Tiro." (2 Crón. 2: 14.) Hiram era por parte de su madre descendiente de Aholiab a quien, centenares de años antes, Dios había dado sabiduría especial para la construcción del tabernáculo.
De manera que se puso a la cabeza de los obreros que trabajaban para Salomón a un hombre cuyos esfuerzos no eran impulsados por un deseo abnegado de servir a Dios, sino que servía al dios de este mundo, Mammón. Los principios del egoísmo estaban entretejidos con las mismas fibras de su ser.
Considerando su habilidad extraordinaria, Hiram exigió un salario elevado. Gradualmente los principios erróneos que él seguía llegaron a ser aceptados por sus asociados. Mientras trabajaban día tras día con él, hacían comparaciones entre el salario que él recibía y el propio, y empezaron a olvidar el carácter santo de su trabajo. Perdieron el espíritu de abnegación, que fue reemplazado por el de codicia. Como resultado pidieron más salario, y éste les fue concedido.
Las influencias funestas así creadas penetraron en todos los ramos del servicio del Señor, y se extendieron por todo el reino. Los altos salarios exigidos y recibidos daban a muchos oportunidad de vivir en el lujo y el despilfarro. Los pobres eran oprimidos por los ricos; casi se perdió el espíritu de altruismo. En los efectos abarcantes de estas influencias puede encontrarse una de las causas principales de la terrible apostasía en la cual cayó el que se contó una vez entre los más sabios de los mortales.
El agudo contraste entre el espíritu y los motivos del pueblo que había construido el tabernáculo en el desierto y los que impulsaron a quienes erigían el templo de Salomón, encierra una lección de profundo significado. El egoísmo que caracterizó a quienes trabajaban en el templo halla hoy su contraparte 47 en el egoísmo que existe en el mundo. Abunda el espíritu de codicia, que impulsa a buscar los puestos y los sueldos más altos. Muy rara vez se ve el servicio voluntario y la gozosa abnegación manifestada por los que construían el tabernáculo. Pero un espíritu tal es el único que debiera impulsar a quienes siguen a Jesús. Nuestro divino Maestro nos ha dado un ejemplo de cómo deben trabajar sus discípulos. A aquellos a quienes invitó así: "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres" (Mat. 4: 19), no ofreció ninguna suma definida como recompensa por sus servicios. Debían compartir su abnegación y sacrificio.
Al trabajar no debemos hacerlo por el salario que recibimos. El motivo que nos impulsa a trabajar para Dios no debe tener nada que se asemeje al egoísmo. La devoción abnegada y un espíritu de sacrificio han sido siempre y seguirán siendo el primer requisito de un servicio aceptable. Nuestro Señor y Maestro quiere que no haya una sola fibra de egoísmo entretejida con su obra. Debemos dedicar a nuestros esfuerzos el tacto y la habilidad, la exactitud y la sabiduría, que el Dios de perfección exigió de los constructores del tabernáculo terrenal; y sin embargo en todas nuestras labores debemos recordar que los mayores talentos o los servicios más brillantes son aceptables tan sólo cuando el yo se coloca sobre el altar, como un holocausto vivo.
Otra de las desviaciones de los principios correctos que condujeron finalmente a la caída del rey de Israel, se produjo cuando éste cedió a la tentación de atribuirse a sí mismo la gloria que pertenece sólo a Dios.
Desde el día en que fue confiada a Salomón la obra de edificar el templo hasta el momento en que se terminó, su propósito abierto fue "edificar casa al nombre de Jehová Dios de Israel." (2 Crón. 6: 7.) Este propósito lo confesó ampliamente delante de las huestes de Israel congregadas cuando fue dedicado el templo. En su oración el rey reconoció que Jehová había dicho: "Mi nombre estará allí." (1 Rey. 8: 29.) 48 Uno de los pasajes más conmovedores de la oración elevada por Salomón es aquel en que suplica a Dios en favor de los extranjeros que viniesen de países lejanos a aprender más de Aquel cuya fama se había difundido entre las naciones. Dijo el rey "Porque oirán de tu grande nombre, y de tu mano Verte, y de tu brazo extendido " Y elevó esta petición en favor de cada uno de esos adoradores extranjeros: "Tú oirás, . . . y harás conforme a todo aquello por lo cual el extranjero hubiere a ti clamado para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre, y te teman, como tu pueblo Israel y entiendan que tu nombre es invocado sobre esta casa que yo edifiqué." (1 Rey 8: 42, 43.)
Al final del servicio, Salomón había exhortado a Israel a que fuese fiel a Dios, para que, dijo él "todos los pueblos de la tierra sepan que Jehová es Dios, y que no hay otro". (1 Rey. 8: 60.)
Uno mayor que Salomón había diseñado el templo, y en ese diseño se revelaron la sabiduría y la gloria de Dios Los que no sabían esto admiraban y alababan naturalmente a Salomón como arquitecto y constructor; pero el rey no se atribuyó ningún mérito por la concepción ni por la construcción.
Así sucedió cuando la reina de Seba vino a visitar a Salomón. Habiendo oído hablar de su sabiduría y del magnífico templo que había construido, resolvió "probarle con preguntas" y conocer por su cuenta sus renombradas obras. Acompañada por un séquito de sirvientes y de camellos que llevaban "especias, y oro en grande abundancia, y piedras preciosas" hizo el largo viaje a Jerusalén. "Y como vino a Salomón, propúsole todo lo que en su corazón tenía". Conversó con él de los misterios de la naturaleza; y Salomón la instruyó acerca del Dios de la naturaleza, del gran Creador, que mora en lo más alto de los cielos, y lo rige todo. "Salomón le declaró todas sus palabras ninguna cosa quedó que Salomón no le declarase." (1 Rey 10: 1-3; 2 Crón 9: 1, 2.)
"Y cuando la reina de Seba vió toda la sabiduría de Salomón, 49 y la casa que había edificado, . . . quedóse enajenada." Reconoció: "Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; mas yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto, que ni aun la mitad fue lo que se me dijo: es mayor tu sabiduría y bien que la fama que yo había oído. Bienaventurados tus varones, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría." (1 Rey. 10: 4-8; 2 Crón. 9: 3-6.)
Al llegar al fin de su visita, la reina había sido cabalmente enseñada por Salomón con respecto a la fuente de su sabiduría y prosperidad, y ella se sintió constreñida, no a ensalzar al agente humano, sino a exclamar: "Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque Jehová ha amado siempre a Israel, y te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia." (1 Rey. 10: 9.) Tal era la impresión que Dios quería que recibiesen todos los pueblos. Y cuando "todos los reyes de la tierra procuraban ver el rostro de Salomón, por oír su sabiduría, que Dios había puesto en su corazón" (2 Crón. 9: 23), Salomón honró a Dios durante un tiempo llamándoles la atención al Creador de los cielos y la tierra, gobernante omnisciente del universo.
Si con humildad Salomón hubiese continuado desviando de sí mismo la atención de los hombres para dirigirla hacia Aquel que le había dado sabiduría, riquezas y honores, ¡cuán diferente habría sido su historia! Pero así como la pluma inspirada relata sus virtudes, atestigua también con fidelidad su caída. Elevado al pináculo de la grandeza, y rodeado por los dones de la fortuna, Salomón se dejó marear, perdió el equilibrio y cayó. Constantemente alabado por los hombres del mundo, no pudo a la larga resistir la adulación. La sabiduría que se le había dado para que glorificase al Dador, le llenó de orgullo. Permitió finalmente que los hombres hablasen de él como del ser más digno de alabanza por el esplendor sin parangón del edificio proyectado y erigido para honrar el "nombre de Jehová Dios de Israel." 50 Así fue cómo el templo de Jehová llegó a ser conocido entre las naciones como "el templo de Salomón." El agente humano se atribuyó la gloria que pertenecía a Aquel que "más alto está sobre ellos." (Ecl. 5: 8.) Aun hasta la fecha el templo del cual Salomón declaró: "Tu nombre es invocado sobre esta casa que he edificado yo" (2 Crón. 6: 33), se designa más a menudo como "templo de Salomón," que como templo de Jehová.
Un hombre no puede manifestar mayor debilidad que la de permitir a los hombres que le tributen honores por los dones que el Cielo le concedió. El verdadero cristiano dará a Dios el primer lugar, el último y el mejor en todo. Ningún motivo ambicioso enfriará su amor hacia Dios, sino que con perseverancia y firmeza honrará a su Padre celestial. Cuando exaltamos fielmente el nombre de Dios, nuestros impulsos están bajo la dirección divina y somos capacitados para desarrollar poder espiritual e intelectual.
Jesús, el divino Maestro, ensalzó siempre el nombre de su Padre celestial. Enseñó a sus discípulos a orar: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre." (Mat. 6: 9.) No debían olvidarse de reconocer: "Tuya es . . . la gloria." (Mat. 6: 13.) Tanto cuidado ponía el gran Médico en desviar la atención de sí mismo a la Fuente de su poder, que la multitud asombrada, "viendo hablar los mudos, los mancos sanos, andar los cojos, y ver los ciegos," no le glorificó a él, sino que "glorificaron al Dios de Israel." (Mat. 15: 31.) En la admirable oración que Cristo elevó precisamente antes de su crucifixión, declaró: "Yo te he glorificado en la tierra." "Glorifica a tu Hijo ­rogó,­ para que también tu Hijo te glorifique a ti." "Padre justo, el mundo no te ha conocido, mas yo te he conocido; y éstos han conocido que tú me enviaste; y yo les he manifestado tu nombre, y manifestarélo aún; para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos." (Juan 17: 4, 1, 25, 26.)
"Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. 51 Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio, y justicia en la tierra: porque estas cosas quiero, dice Jehová." (Jer. 9: 23, 24.)
"Alabaré yo el nombre de Dios, . . .Ensalzarélo con alabanza." "Señor, digno eres de recibir gloria y honra y virtud." "Te alabaré, oh Jehová Dios mío, con todo mi corazón; Y glorificaré tu nombre para siempre." "Engrandeced a Jehová conmigo, y ensalcemos su nombre a una." (Sal. 69: 30; Apoc. 4: 11; Sal. 86: 12; 34: 3.)
La introducción de principios que apartaban a la gente de un espíritu de sacrificio y la inducían a glorificarse a sí misma, iba acompañada de otra grosera perversión del plan divino para Israel. Dios quería que su pueblo fuese la luz del mundo. De él debía resplandecer la gloria de su ley mientras la revelaba en la práctica de su vida. Para que este designio se cumpliese, había dispuesto que la nación escogida ocupase una posición estratégica entre las naciones de la tierra.
En los tiempos de Salomón, el reino de Israel se extendía desde Hamath en el norte hasta Egipto en el sur, y desde el mar Mediterráneo hasta el río Eufrates. Por este territorio cruzaban muchos caminos naturales para el comercio del mundo, y las caravanas provenientes de tierras lejanas pasaban constantemente en un sentido y en otro. Esto daba a Salomón y a su pueblo oportunidades favorables para revelar a hombres de todas las naciones el carácter del Rey de reyes y para enseñarles a reverenciarle y obedecerle. Este conocimiento debía comunicarse a todo el mundo. Mediante la enseñanza de los sacrificios y ofrendas, Cristo debía ser ensalzado delante de las naciones, para que todos pudiesen vivir.
Puesto a la cabeza de una nación que había sido establecida como faro para las naciones circundantes, Salomón debiera haber usado la sabiduría que Dios le había dado y el poder de 52 su influencia para organizar y dirigir un gran movimiento destinado a iluminar a los que no conocían a Dios ni su verdad. Se habría obtenido así que multitudes obedeciesen los preceptos divinos, Israel habría quedado protegido de los males practicados por los paganos, y el Señor de gloria habría sido honrado en gran manera. Pero Salomón perdió de vista este elevado propósito. No aprovechó sus magníficas oportunidades para iluminar a los que pasaban continuamente por su territorio o se detenían en las ciudades principales.
El espíritu misionero que Dios había implantado en el corazón de Salomón y en el de todos los verdaderos israelitas fue reemplazado por un espíritu de mercantilismo. Las oportunidades ofrecidas por el trato con muchas naciones fueron utilizadas para el engrandecimiento personal. Salomón procuró fortalecer su situación políticamente edificando ciudades fortificadas en las cabeceras de los caminos dedicados al comercio. Cerca de Joppe, reedificó Gezer, que estaba sobre la ruta entre Egipto y Siria; al oeste de Jerusalén, Beth-orón, que dominaba los pasos del camino que conducía desde el corazón de Judea a Gezer y a la costa; Meguido, situada sobre el camino de las caravanas que iban de Damasco a Egipto y de Jerusalén al norte; así como "Tadmor en el desierto" (2 Crón. 8: 4), sobre el camino que seguían las caravanas del Oriente. Todas esas ciudades fueron fortificadas poderosamente. Las ventajas comerciales de una salida en el extremo del mar Rojo fueron desarrolladas por la construcción de "navíos en Ezión-geber, que es junto . . . en la ribera del mar Bermejo, en la tierra de Edom." Adiestrados marineros de Tiro, "con los siervos de Salomón," tripulaban estos navíos en los viajes "a Ophir," y sacaban de allí oro y "muy mucha madera de Brasil, y piedras preciosas." (2 Crón. 8: 18; 1 Rey. 9: 26, 28; 10: 11.)
Las rentas del rey y de muchos de sus súbditos aumentaron enormemente, pero ¡a qué costo! Debido a la codicia y a la falta de visión de aquellos a quienes habían sido confiados los oráculos de Dios, las innumerables multitudes que recorrían 53 los caminos fueron dejadas en la ignorancia de cuanto concernía a Jehová.
¡Cuán sorprendente contraste hay entre la conducta de Salomón y la que siguió Cristo cuando estuvo en la tierra! Aunque el Salvador poseía "toda potestad," nunca hizo uso de ella para engrandecerse a sí mismo. Ningún sueño de conquistas terrenales ni de grandezas mundanales manchó la perfección de su servicio en favor de la humanidad. Dijo: "Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recueste su cabeza." (Mat. 8: 20.) Los que, respondiendo al llamamiento del momento, hayan comenzado a servir al Artífice maestro, deben estudiar sus métodos. El aprovechaba las oportunidades que encontraba en las grandes arterias de tránsito.
En los intervalos de sus viajes de un lado a otro, Jesús moraba en Capernaúm, que llegó a conocerse como "su ciudad." Situada sobre un camino que llevaba de Damasco a Jerusalén, así como a Egipto y al Mediterráneo, se prestaba para constituir el centro de la obra que realizaba el Salvador. Por ella pasaban, o se detenían para descansar, personas de muchos países. Allí Jesús se encontraba con habitantes de todas las naciones y de todas las jerarquías, de modo que sus lecciones eran llevadas a otros países y a muchas familias. De esta manera se despertaba el interés en las profecías que anunciaban al Mesías, la atención se dirigía hacia el Salvador, y su misión era presentada al mundo.
En esta época nuestra, las oportunidades para tratar con hombres y mujeres de todas clases y de muchas nacionalidades son aún mayores que en los días de Israel. Las avenidas de tránsito se han multiplicado mil veces.
Como Cristo, los mensajeros del Altísimo deben situarse hoy en esas grandes avenidas, donde pueden encontrarse con las multitudes que pasan de todas partes del mundo. Ocultándose en Dios, como lo hacía él, deben sembrar la semilla del Evangelio, presentar a otros las verdades preciosas de la Santa 54 Escritura, que echarán raíces profundas en las mentes y los corazones y brotarán para vida eterna.
Solemnes son las lecciones que nos enseña el fracaso sufrido por Israel en aquellos años durante los cuales tanto el gobernante como el pueblo se apartaron del alto propósito que habían sido llamados a cumplir. En aquello precisamente en que fueron débiles y fracasaron, el moderno Israel de Dios, los representantes del Cielo que constituyen la verdadera iglesia de Cristo, deben ser fuertes; porque a ellos les incumbe la tarea de terminar la obra confiada a los hombres y de apresurar el día de las recompensas finales. Sin embargo, es necesario hacer frente a las mismas influencias que prevalecieron contra Israel cuando reinaba Salomón. Las fuerzas del enemigo de toda justicia están poderosamente atrincheradas; y sólo por el poder de Dios puede obtenerse la victoria. El conflicto que nos espera exige que ejercitemos un espíritu de abnegación; que desconfiemos de nosotros mismos y dependamos de Dios solo para saber aprovechar sabiamente toda oportunidad de salvar almas. La bendición del Señor acompañará a su iglesia mientras sus miembros avancen unidos, revelando a un mundo postrado en las tinieblas del error la belleza de la santidad según se manifiesta en un espíritu abnegado como el de Cristo, en el ensalzamiento de lo divino más que de lo humano, y sirviendo con amor e incansablemente a aquellos que tanto necesitan las bendiciones del Evangelio. 55

5 El Arrepentimiento de Salomón

Dos veces, durante el reinado de Salomón, el Señor se le apareció y le dirigió palabras de aprobación y consejo; a saber, en la visión nocturna de Gabaón, cuando la promesa de darle sabiduría, riquezas y honores fue acompañada de una exhortación a permanecer humilde y obediente, y después de la dedicación del templo, cuando una vez más el Señor le alentó a ser fiel. Fueron claras las amonestaciones que se dieron a Salomón, y maravillosas las promesas que se le hicieron; sin embargo quedó registrado acerca de aquel que, por sus circunstancias, parecía abundantemente preparado en su carácter y en su vida para prestar atención a la exhortación y cumplir con lo que el Cielo esperaba de él: "Mas él no guardó lo que le mandó Jehová." "Estaba su corazón desviado de Jehová Dios de Israel, que le había aparecido dos veces, y le había mandado acerca de esto, que no siguiese a dioses ajenos." (1 Rey. 11: 9, 10.) Y tan completa fue su apostasía, tanto se endureció su corazón en la transgresión, que su caso parecía casi desesperado.
Salomón se desvió del goce de la comunión divina para hallar satisfacción en los placeres de los sentidos. Acerca de lo que experimentó dice:
"Engrandecí mis obras, edifiquéme casas, plantéme viñas; híceme huertos y jardines, . . . poseí siervos y siervas, . . . alleguéme también plata y oro, y tesoro preciado de reyes y de provincias; híceme de cantores y cantoras, y los deleites de los hijos de los hombres, instrumentos músicos y de todas suertes. Y fui engrandecido, y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalem . . . . 56
"No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo . . . . Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas: y he aquí, todo vanidad y aflicción de espíritu, y no hay provecho debajo del sol.
"Después torné yo a mirar para ver la sabiduría y los desvaríos y la necedad; (porque ¿qué hombre hay que pueda seguir al rey en lo que ya hicieron?) . . . . Aborrecí por tanto la vida . . . . Yo asimismo aborrecí todo mi trabajo que había puesto por obra debajo del sol." (Ecl. 2: 4-18.)
Por su propia amarga experiencia, Salomón aprendió cuán vacía es una vida dedicada a buscar las cosas terrenales como el bien más elevado. Erigió altares a los dioses paganos, pero fue tan sólo para comprobar cuán vana es su promesa de dar descanso al espíritu. Pensamientos lóbregos le acosaban día y noche. Para él ya no había gozo en la vida ni paz espiritual, y el futuro se le anunciaba sombrío y desesperado.
Sin embargo, el Señor no le abandonó. Mediante mensajes de reprensión y castigos severos, procuró despertar al rey y hacerle comprender cuán pecaminosa era su conducta. Le privó de su cuidado protector, y permitió que los adversarios le atacaran y debilitasen el reino. "Y Jehová suscitó un adversario a Salomón, a Adad, Idumeo . . . . Despertóle también Dios por adversario a Rezón, . . . capitán de una compañía," quien "aborreció a Israel, y reinó sobre la Siria. Asimismo Jeroboam, . . . siervo de Salomón," y hombre "valiente," "alzó su mano contra el rey." (1 Rey. 11: 14-28.)
A la postre, el Señor envió a Salomón, mediante un profeta, este mensaje sorprendente: "Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé el reino de ti, y lo entregaré a tu siervo. Empero no lo haré en tus días, por amor a David tu padre: romperélo de la mano de tu hijo." (1 Rey. 11: 11, 12.)
Despertando como de un sueño al oír esta sentencia de 57 juicio pronunciada contra él y su casa, Salomón sintió los reproches de su conciencia y empezó a ver lo que verdaderamente significaba su locura. Afligido en su espíritu, y teniendo la mente y el cuerpo debilitados, se apartó cansado y sediento de las cisternas rotas de la tierra, para beber nuevamente en la fuente de la vida. Al fin la disciplina del sufrimiento realizó su obra en su favor. Durante mucho tiempo le había acosado el temor de la ruina absoluta que experimentaría si no podía apartarse de su locura; pero discernió finalmente un rayo de esperanza en el mensaje que se le había dado. Dios no le había cortado por completo, sino que estaba dispuesto a librarle de una servidumbre más cruel que la tumba, servidumbre de la cual él mismo no podía librarse.
Con gratitud Salomón reconoció el poder y la bondad de Aquel que es el más "alto" sobre los altos (Ecl. 5: 8, V. M.); y con arrepentimiento comenzó a desandar su camino para volver al exaltado nivel de pureza y santidad del cual había caído. No podía esperar que escaparía a los resultados agostadores del pecado; no podría nunca librar su espíritu de todo recuerdo de la conducta egoísta que había seguido; pero se esforzaría fervientemente por disuadir a otros de entregarse a la insensatez. Confesaría humildemente el error de sus caminos, y alzaría su voz para amonestar a otros, no fuese que se perdiesen irremisiblemente por causa de las malas influencias que él había desencadenado.
El verdadero penitente no echa al olvido sus pecados pasados. No se deja embargar, tan pronto como ha obtenido paz, por la despreocupación acerca de los errores que cometió. Piensa en aquellos que fueron inducidos al mal por su conducta, y procura de toda manera posible hacerlos volver a la senda de la verdad. Cuanto mayor sea la claridad de la luz en la cual entró, tanto más intenso es su deseo de encauzar los pies de los demás en el camino recto. No se espacia en su conducta errónea ni considera livianamente lo malo, sino que recalca las señales de peligro, a fin de que otros puedan precaverse. 58
Salomón reconoció que "el corazón de los hijos de los hombres" está "lleno de mal, y de enloquecimiento en su corazón." (Ecl. 9: 3.) Y declaró también: "Porque no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos lleno para hacer mal. Bien que el pecador haga mal cien veces, y le sea dilatado el castigo, con todo yo también sé que los que a Dios temen tendrán bien, los que temieren ante su presencia; y que el impío no tendrá bien, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no temió delante de la presencia de Dios." (Ecl. 8: 11-13.)
Por inspiración divina, el rey escribió para las generaciones ulteriores lo referente a los años que perdió, así como las lecciones y amonestaciones que entrañaron. Y así, aunque su pueblo cosechó lo que él había sembrado y soportó malignas tempestades, la obra realizada por Salomón en su vida no se perdió por completo. Con mansedumbre y humildad, "enseñó," durante la última parte de su vida, "sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios. Procuró . . . hallar palabras agradables, y escritura recta, palabras de verdad."
Escribió: "Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados, las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor. Ahora, hijo mío, a más de esto, sé avisado.... El fin de todo el discurso oído es éste: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, el cual se hará sobre toda cosa oculta, buena o mala." (Ecl. 12: 9-14.)
Los últimos escritos de Salomón revelan que él fue comprendiendo cada vez mejor cuán mala había sido su conducta, y dedicó atención especial a exhortar a la juventud acerca de la posibilidad de caer en los errores que le habían hecho malgastar inútilmente los dones más preciosos del Cielo. Con pesar y vergüenza, confesó que en la flor de la vida, cuando debiera haber hallado en Dios consuelo, apoyo y vida, se apartó de la luz del cielo y de la sabiduría de Dios y reemplazó el culto 59 de Jehová por la idolatría. Al fin, habiendo aprendido por triste experiencia cuán insensata es una vida tal, su anhelo y deseo era evitar que otros pasasen por la amarga experiencia por la cual él había pasado.
Con expresiones patéticas escribió acerca de los privilegios y responsabilidades que el servicio de Dios otorga a la juventud:
"Suave ciertamente es la luz, y agradable a los ojos ver el sol: mas si el hombre viviere muchos años, y en todos ellos hubiere gozado alegría; si después trajere a la memoria los días de las tinieblas, que serán muchos, todo lo que le habrá pasado, dirá haber sido vanidad." (Ecl. 11: 7-10.)
"Acuérdate de tu Criador en los días de tu juventud,
antes que vengan los malos días,
y lleguen los años, de los cuales digas,
No tengo en ellos contentamiento;
antes que se oscurezca el sol,
y la luz, y la luna y las estrellas,
y las nubes se tornen tras la lluvia:
cuando temblarán los guardas de la casa,
y se encorvarán los hombres fuertes,
y cesarán las muelas, porque han disminuído,
y se oscurecerán los que miran por las ventanas;
y las puertas de afuera se cerrarán,
por la bajeza de la voz de la muela;
y levantaráse a la voz del ave,
y todas las hijas de canción serán humilladas;
cuando también temerán de lo alto,
y los tropezones en el camino;
y florecerá el almendro,
y se agravará la langosta
y perderáse el apetito:
porque el hombre a la casa de su siglo,
y los endechadores andarán en derredor por la plaza:
antes que la cadena de plata se quiebre,
y se rompa el cuenco de oro,
y el cántaro se quiebre junto a la fuente,
y la rueda sea rota sobre el pozo;
y el polvo se torne a la tierra, como era,
y el espíritu se vuelva a Dios, que lo dio." (Ecl. 12: 1-7.) 60
La vida de Salomón rebosa de advertencias, no sólo para los jóvenes sino también para los de edad madura y para los que van descendiendo por la vertiente de la vida hacia su ocaso. Oímos hablar de la inestabilidad de los jóvenes que vacilan entre el bien y el mal, así como de las corrientes de las malas pasiones que los vencen. En los de edad más madura, no esperamos ver esta inestabilidad e infidelidad; contamos con que su carácter se habrá establecido y arraigado firmemente en los buenos principios. Pero no siempre sucede así. Cuando Salomón debiera haber tenido un carácter fuerte como un roble, perdió su firmeza y cayó bajo el poder de la tentación. Cuando su fortaleza debiera haber sido inconmovible, fue cuando resultó más endeble.
De tales ejemplos debemos aprender que en la vigilancia y la oración se halla la única seguridad para jóvenes y ancianos. Esta seguridad no se encuentra en los altos cargos ni en los grandes privilegios. Uno puede haber disfrutado durante muchos años de una experiencia cristiana genuina, y seguir, sin embargo, expuesto a los ataques de Satanás. En la batalla con el pecado íntimo y las tentaciones de afuera, aun el sabio y poderoso Salomón fue vencido. Su fracaso nos enseña que, cualesquiera que sean las cualidades intelectuales de un hombre, y por fielmente que haya servido a Dios en lo pasado, no puede nunca confiar en su propia sabiduría e integridad.
En toda generación y en todo país, se tuvo siempre el mismo verdadero fundamento y modelo para edificar el carácter. La ley divina que ordena: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, . . . y a tu prójimo como a ti mismo" (Luc. 10: 27), el gran principio manifestado en el carácter y la vida de nuestro Salvador, es el único fundamento seguro, la única guía fidedigna. "Y reinarán en tus tiempos la sabiduría y la ciencia, y la fuerza de la salvación" (Isa. 33: 6), la sabiduría, el conocimiento que sólo puede impartir la palabra de Dios.
Estas palabras dirigidas a Israel acerca de la obediencia a los mandamientos de Dios: "Esta es vuestra sabiduría y vuestra 61 inteligencia en ojos de los pueblos" (Deut. 4: 6), encierran tanta verdad hoy como cuando fueron pronunciadas. Encierran la única salvaguardia para la integridad individual, la pureza del hogar, el bienestar de la sociedad, o la estabilidad de la nación. En medio de todas las perplejidades y los peligros de la vida, así como de los asertos contradictorios, la única regla segura consiste en hacer lo que Dios dice. "Los mandamientos de Jehová son rectos" (Sal. 19: 8), y "el que hace estas cosas, no resbalará para siempre." (Sal. 15: 5.)
Los que escuchen la amonestación que encierra la apostasía de Salomón evitarán el primer paso hacia los pecados que le vencieron. Unidamente la obediencia a los requerimientos del Cielo guardará de la apostasía a los hombres. Dios les concedió mucha luz y muchas bendiciones; pero a menos que acepten esa luz y esas bendiciones, ellas no les darán seguridad contra la desobediencia y la apostasía. Cuando aquellos a quienes Dios exaltó a cargos de gran confianza se apartan de él para depender de la sabiduría humana, su luz se trueca en tinieblas. La capacidad que les fuera dada llega a ser una trampa.
Hasta que el conflicto termine, habrá quienes se aparten de Dios. Satanás ordenará de tal manera las circunstancias que, a menos que seamos guardados por el poder divino, ellas debilitarán casi imperceptiblemente las fortificaciones del alma. Necesitamos preguntar a cada paso: "¿Es éste el camino del Señor?" Mientras dure la vida, habrá necesidad de guardar los afectos y las pasiones con propósito firme. Ni un solo momento podemos estar seguros, a no ser que confiemos en Dios y tengamos nuestra vida escondida en Cristo. La vigilancia y la oración son la salvaguardia de la pureza.
Todos los que entren en la ciudad de Dios lo harán por la puerta estrecha, con esfuerzo y agonía; porque "no entrará en ella ninguna cosa sucia, o que hace abominación." (Apoc. 21: 27.) Pero nadie que haya caído necesita desesperar. Hombres de edad, que fueron una vez honrados por Dios, pueden haber manchado sus almas y sacrificado la virtud sobre el altar 62 de la concupiscencia; pero si se arrepienten, abandonan el pecado y se vuelven a su Dios, sigue habiendo esperanza para ellos. El que declara: "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida" (Apoc. 2: 10), formula también esta invitación: "Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar." (Isa. 55: 7.) Dios aborrece el pecado, pero ama al pecador. Declara: "Yo medicinaré su rebelión, amarélos de voluntad." (Ose. 14: 4.)
El arrepentimiento de Salomón fue sincero; pero el daño que había hecho su ejemplo al obrar mal, no podía ser deshecho. Durante su apostasía, hubo en el reino hombres que permanecieron fieles a su cometido, y conservaron su pureza y lealtad. Pero muchos fueron extraviados; y las fuerzas del mal desencadenadas por la introducción de la idolatría y de las prácticas mundanales, no las pudo detener fácilmente el rey penitente. Su influencia en favor del bien quedó grandemente debilitada. Muchos vacilaban cuando se trataba de confiar plenamente en su dirección. Aunque el rey confesó su pecado y escribió, para beneficio de las generaciones ulteriores, el relato de su insensatez y arrepentimiento, no podía esperar que fuese completamente destruída la influencia funesta de sus malas acciones. Envalentonados por su apostasía, muchos continuaron obrando mal, y solamente mal. Y en la conducta descendente de muchos de los príncipes que le siguieron, puede rastrearse la triste influencia que ejerció al prostituir las facultades que Dios le había dado.
En la angustia de sus amargas reflexiones sobre lo malo de su conducta, Salomón se sintió constreñido a declarar: "Mejor es la sabiduría que las armas de guerra; mas un pecador destruye mucho bien." "Hay un mal que debajo del sol he visto, a manera de error emanado del príncipe: la necedad está colocada en grandes alturas."
"Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor el perfume 63 del perfumista: así una pequeña locura, al estimado por sabiduría y honra." (Ecl. 9: 18; 10: 5, 6, 1.)
Entre las muchas lecciones enseñadas por la vida de Salomón ninguna se recalca tanto como la referente al poder de la influencia para el bien o para el mal. Por limitada que sea nuestra esfera, ejercemos una influencia benéfica o maléfica. Sin que lo sepamos y sin que podamos evitarlo, ella se ejerce sobre los demás en bendición o maldición. Puede ir acompañada de la lobreguez del descontento y del egoísmo, o del veneno mortal de algún pecado que hayamos conservado; o puede ir cargada del poder vivificante de la fe, el valor y la esperanza, así como de la suave fragancia del amor. Pero lo seguro es que manifestará su potencia para el bien o para el mal.
Puede llenarnos de pavor el pensar que nuestra influencia pueda tener sabor de muerte para muerte; y sin embargo es así. Un alma extraviada, que pierde la bienaventuranza eterna, es una pérdida inestimable. Y sin embargo un acto temerario o una palabra irreflexiva de nuestra parte, puede ejercer una influencia tan profunda sobre la vida de otra persona, que resulte en la ruina de su alma. Una sola mancha en nuestro carácter puede desviar a muchos de Cristo.
Mientras la semilla sembrada produce una cosecha, y ésta a su vez se siembra, la mies se multiplica. En nuestras relaciones con los demás, esta ley se cumple. Cada acto, cada palabra, constituye una semilla que dará fruto. Cada acto de bondad reflexiva, de obediencia, de abnegación, se reproducirá en los demás, y por ellos en otros aún. Así también cada acto de envidia, malicia y disensión, es una semilla que producirá una "raíz de amargura" (Heb. 12: 15), por la cual muchos serán contaminados. ¡Y cuánto mayor aún será el número de los que serán envenenados por esos muchos! Así prosigue para este tiempo y para la eternidad la siembra del bien y del mal. 64

1 Salomón

DURANTE el reinado de David y Salomón, Israel se hizo fuerte entre las naciones y tuvo muchas oportunidades de ejercer una influencia poderosa en favor de la verdad y de la justicia. El nombre de Jehová fue ensalzado y honrado, y el propósito con que los israelitas habían sido establecidos en la tierra de promisión parecía estar en vías de cumplirse. Las barreras fueron quebrantadas, y los paganos que buscaban la verdad no eran despedidos sin haber recibido satisfacción. Se producían conversiones, y la iglesia de Dios en la tierra era ensanchada y prosperada.
Salomón fue ungido y proclamado rey durante los últimos años de su padre David, quien abdicó en su favor. La primera parte de su vida fue muy promisoria y Dios quería que progresase en fuerza y en gloria, para que su carácter se asemejase cada vez más al carácter de Dios e inspirase a su pueblo el deseo de desempeñar su cometido sagrado como depositario de la verdad divina.
David sabía que el alto propósito de Dios en favor de Israel sólo podría cumplirse si los príncipes y el pueblo procuraban con incesante vigilancia alcanzar la norma que se les proponía. Sabía que para desempeñar el cometido con el cual Dios se había complacido en honrar a su hijo Salomón, era necesario que el joven gobernante no fuese simplemente un guerrero, un estadista y un soberano, sino un hombre fuerte y bueno, que enseñase la justicia y fuese ejemplo de fidelidad.
Con tierno fervor David instó a Salomón a que fuese viril y noble, a que demostrase misericordia y bondad hacia sus súbditos, y que en todo su trato con las naciones de la tierra honrase 18 y glorificase el nombre de Dios y manifestase la hermosura de la santidad. Las muchas incidencias penosas y notables por las cuales David había pasado durante su vida le habían enseñado el valor de las virtudes más nobles y le indujeron a declarar a Salomón mientras, moribundo, le transmitía su exhortación final: "El señoreador de los hombres será justo, señoreador en temor de Dios. Será como la luz de la mañana cuando sale el sol, de la mañana sin nubes; cuando la hierba de la tierra brota por medio del resplandor después de la lluvia." (2 Sam. 23: 3, 4.)
¡Qué oportunidad tuvo Salomón! Si hubiese seguido la instrucción divinamente inspirada de su padre, el suyo habría sido un reinado de justicia, como el descrito en el Salmo 72:
"Oh Dios, da tus juicios al rey,
Y tu justicia al hijo del rey.
El juzgará tu pueblo con justicia,
Y tus afligidos con juicio....
Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada;
Como el rocío que destila sobre la tierra.
Florecerá en sus días justicia,
Y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna.
Y dominará de mar a mar,
Y desde el río hasta los cabos de la tierra....
Los reyes de Tharsis y de las islas traerán presentes:
Los reyes de Sheba y de Seba ofrecerán dones.
Y arrodillarse han a él todos los reyes;
Le servirán todas las gentes.
Porque él librará al menesteroso que clamare,
Y al afligido que no tuviere quien le socorra...
Y oraráse por él continuamente;
Todo el día se le bendecirá....
Será su nombre para siempre,
Perpetuaráse su nombre mientras el sol dure:
Y benditas serán en él todas las gentes:
Llamarlo han bienaventurado.
Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel,
Que solo hace maravillas.
Y bendito su nombre glorioso para siempre:
Y toda la tierra sea llena de su gloria." 19
En su juventud Salomón hizo la misma decisión que David, y durante muchos años anduvo con integridad y rindió estricta obediencia a los mandamientos de Dios. Al principio de su reinado fue con sus consejeros de estado a Gabaón, donde estaba todavía el tabernáculo que había sido construido en el desierto, y allí, juntamente con los consejeros que se había escogido, "los jefes de miles y de cientos," "los jueces, y . . . todos los príncipes de todo Israel, cabezas de las casas paternas" (2 Crón. 1: 2, V.M.), participó en el ofrecimiento de sacrificios para adorar a Dios y para consagrarse plenamente a su servicio. Comprendiendo algo de la magnitud de los deberes relacionados con el cargo real, Salomón sabía que quienes llevan pesadas responsabilidades deben recurrir a la Fuente de sabiduría para obtener dirección, si quieren desempeñar esas responsabilidades en forma aceptable. Esto le indujo a alentar a sus consejeros para que juntamente con él procurasen asegurarse de que eran aceptados por Dios.
Sobre todos los bienes terrenales, el rey deseaba sabiduría y entendimiento para realizar la obra que Dios le había dado. Anhelaba tener una mente despierta, un corazón grande, y un espíritu tierno. Esa noche el Señor apareció a Salomón en un sueño y le dijo: "Pide lo que te he de dar." En respuesta, el joven e inexperto gobernante expresó su sentimiento de incapacidad y su deseo de ayuda. Dijo: "Tú has hecho para con tu siervo David, mi padre, gran merced, así como él anduvo delante de tu rostro con fidelidad y en justicia, y en rectitud de corazón para contigo; y le has guardado esta gran merced de darle un hijo que se siente sobre su trono, como parece hoy.
"Ahora pues, oh Jehová, Dios mío, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre; y yo soy un niño pequeño, y no sé cómo me debo conducir. Y con todo tu siervo está en medio de tu pueblo que has escogido, pueblo grande, que no se puede numerar ni contar por la muchedumbre de él. Da pues a tu siervo un corazón inteligente, para juzgar a tu pueblo, 20 para poder distinguir entre el bien y el mal; porque ¿quién es capaz de juzgar este tu pueblo tan grande?
"Y esta petición agradó al Señor, por haber pedido Salomón semejante cosa."
"Por cuanto hubo este pensamiento en tu corazón ­dijo Dios a Salomón,­ y no has pedido riquezas, hacienda, ni honra, ni la vida de tus enemigos; ni tampoco has pedido larga vida, sino que has pedido para ti mismo sabiduría y ciencia, para que puedas juzgar a mi pueblo," "he aquí que hago según tu palabra; he aquí que te doy un corazón tan sabio y entendido, que no haya habido otro como tú antes de ti, ni después de ti se levantará tu igual. Y además, lo que no pediste te lo doy, así riqueza como gloria," "cuales nunca ha tenido ninguno de los reyes que han sido antes de ti; ni después de ti las tendrá así ninguno."
"Y si anduvieres en mis caminos, guardando mis estatutos y mis leyes, así como anduvo David tu padre, entonces prolongaré tus días." (1 Rey. 3: 5-14; 2 Crón. 1: 7-12, V.M.)
Dios prometió que así como había acompañado a David, estaría con Salomón. Si el rey andaba en integridad delante de Jehová, si hacía lo que Dios le había ordenado, su trono quedaría establecido y su reinado sería el medio de exaltar a Israel como "pueblo sabio y entendido" (Deut. 4: 6), la luz de las naciones circundantes.
El lenguaje de Salomón al orar a Dios ante el antiguo altar de Gabaón, revela su humildad y su intenso deseo de honrar a Dios. Comprendía que sin la ayuda divina, estaba tan desamparado como un niñito para llevar las responsabilidades que le incumbían. Sabía que carecía de discernimiento, y el sentido de su gran necesidad le indujo a solicitar sabiduría a Dios. No había en su corazón aspiración egoísta por un conocimiento que le ensalzase sobre los demás. Deseaba desempeñar fielmente los deberes que le incumbían, y eligió el don por medio del cual su reinado habría de glorificar a Dios. Salomón no tuvo nunca más riqueza ni más sabiduría o verdadera grandeza 21 que cuando confesó: "Yo soy un niño pequeño, y no sé cómo me debo conducir."
Los que hoy ocupan puestos de confianza deben procurar aprender la lección enseñada por la oración de Salomón. Cuanto más elevado sea el cargo que ocupe un hombre y mayor sea la responsabilidad que ha de llevar, más amplia será la influencia que ejerza y tanto más necesario será que confíe en Dios. Debe recordar siempre que juntamente con el llamamiento a trabajar le llega la invitación a andar con circunspección delante de sus semejantes. Debe conservar delante de Dios la actitud del que aprende. Los cargos no dan santidad de carácter. Honrando a Dios y obedeciendo sus mandamientos es como un hombre llega a ser realmente grande.
El Dios a quien servimos no hace acepción de personas. El que dio a Salomón el espíritu de sabio discernimiento está dispuesto a impartir la misma bendición a sus hijos hoy. Su palabra declara: "Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada." (Sant. 1: 5.) Cuando el que lleva responsabilidad desee sabiduría más que riqueza, poder o fama, no quedará chasqueado. El tal aprenderá del gran Maestro no sólo lo que debe hacer, sino también el modo de hacerlo para recibir la aprobación divina.
Mientras permanezca consagrado, el hombre a quien Dios dotó de discernimiento y capacidad no manifestará avidez por los cargos elevados ni procurará gobernar o dominar. Es necesario que haya hombres que lleven responsabilidad; pero en vez de contender por la supremacía, el verdadero conductor pedirá en oración un corazón comprensivo, para discernir entre el bien y el mal.
La senda de los hombres que han sido puestos como dirigentes no es fácil; pero ellos han de ver en cada dificultad una invitación a orar. Nunca dejarán de consultar a la gran Fuente de toda sabiduría. Fortalecidos e iluminados por el Artífice maestro, se verán capacitados para resistir firmemente las 22 influencias profanas y para discernir entre lo correcto y lo erróneo, entre el bien y el mal. Aprobarán lo que Dios aprueba y lucharán ardorosamente contra la introducción de principios erróneos en su causa.
Dios le dio a Salomón la sabiduría que él deseaba más que las riquezas, los honores o la larga vida. Le concedió lo que había pedido: una mente despierta, un corazón grande y un espíritu tierno. "Y dio Dios a Salomón sabiduría, y prudencia muy grande, y anchura de corazón como la arena que está a la orilla del mar. Que fue mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales, y que toda la sabiduría de los Egipcios. Y aun fue más sabio que todos los hombres; . . . y fue nombrado entre todas las naciones de alrededor." (1 Rey. 4: 29 - 31.)
Todos los israelitas "temieron al rey, porque vieron que había en él sabiduría de Dios para juzgar." (1 Rey. 3: 28.) Los corazones del pueblo se volvieron hacia Salomón, como habían seguido a David, y le obedecían en todas las cosas. "Salomón . . . fue afirmado en su reino; y Jehová su Dios fue con él, y le engrandeció sobremanera." (2 Crón. 1: 1.)
Durante muchos años la vida de Salomón quedó señalada por su devoción a Dios, su integridad y sus principios firmes, así como por su estricta obediencia a los mandamientos de Dios. Era él quien encabezaba toda empresa importante y manejaba sabiamente los negocios relacionados con el reino. Su riqueza y sabiduría; los magníficos edificios y obras públicas que construyó durante los primeros años de su reinado; la energía, piedad, justicia y magnanimidad que manifestaba en sus palabras y hechos, le conquistaron la lealtad de sus súbditos y la admiración y el homenaje de los gobernantes de muchas tierras.
El nombre de Jehová fue grandemente honrado durante la primera parte del reinado de Salomón. La sabiduría y la justicia reveladas por el rey atestiguaban ante todas las naciones la excelencia de los atributos del Dios a quien servía. Durante un tiempo Israel fue como la luz del mundo y puso de manifiesto 23 la grandeza de Jehová. La gloria verdadera de Salomón durante la primera parte de su reinado no estribaba en su sabiduría sobresaliente, sus riquezas fabulosas o su extenso poder y fama, sino en la honra que reportaba al nombre del Dios de Israel mediante el uso sabio que hacía de los dones del cielo.
A medida que transcurrían los años y aumentaba la fama de Salomón, procuró él honrar a Dios incrementando su fortaleza mental y espiritual e impartiendo de continuo a otros las bendiciones que recibía. Nadie comprendía mejor que él que el favor de Jehová le había dado poder, sabiduría y comprensión, y que esos dones le eran otorgados para que pudiese comunicar al mundo el conocimiento del Rey de reyes.
Salomón se interesó especialmente en la historia natural, pero sus investigaciones no se limitaron a un solo ramo del saber. Mediante un estudio diligente de todas las cosas creadas, animadas e inanimadas, obtuvo un concepto claro del Creador. En las fuerzas de la naturaleza, en el mundo mineral y animal, y en todo árbol, arbusto y flor, veía una revelación de la sabiduría de Dios, a quien conocía y amaba cada vez más a medida que se esforzaba por aprender.
La sabiduría que Dios inspiraba a Salomón se expresaba en cantos de alabanza y en muchos proverbios. "Y propuso tres mil parábolas; y sus versos fueron mil y cinco. También disertó de los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que nace en la pared. Asimismo disertó de los animales, de las aves, de los reptiles, y de los peces." (1 Rey. 4: 32, 33.)
En los proverbios de Salomón se expresan principios de una vida santa e intentos elevados; principios nacidos del cielo que llevan a la piedad; principios que deben regir cada acto de la vida. Fue la amplia difusión de estos principios y el reconocimiento de Dios como Aquel a quien pertenece toda alabanza y honor, lo que hizo de los comienzos del reinado de Salomón una época de elevación moral tanto como de prosperidad material.
Escribió él: "Bienaventurado el hombre que halla la 24 sabiduría, y que obtiene la inteligencia: porque su mercadería es mejor que la mercadería de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella. Largura de días está en su mano derecha; en su izquierda riquezas y honra. Sus caminos son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz. Ella es árbol de vida a los que de ella asen: y bienaventurados son los que la mantienen." (Prov. 3: 13-18.)
"Sabiduría ante todo: adquiere sabiduría: y ante toda tu posesión adquiere inteligencia." (Prov. 4: 7.) "El principio de la sabiduría es el temor de Jehová." (Salmo 111: 10.) "El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, y el mal camino y la boca perversa, aborrezco." (Prov. 8: 13.)
¡Ojalá que en sus años ulteriores Salomón hubiese prestado atención a esas maravillosas palabras de sabiduría! ¡Ojalá que quien había declarado: "Los labios de los sabios esparcen sabiduría" (Prov. 15: 7) y había enseñado a los reyes de la tierra a tributar al Rey de reyes la alabanza que deseaban dar a un gobernante terrenal, no se hubiese atribuido con "boca perversa" y con "soberbia y . . . arrogancia" la gloria que pertenece sólo a Dios! 25